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La fuerza silenciosa

22 de noviembre de 2025

Un hombre paseando con una auxiliar de Ayuda a domicilio

El viento soplaba con fuerza aquella tarde, mientras el sol se deslizaba sobre el horizonte y las hojas de los árboles planeaban hacia las aceras con un rumor constante. Caminaba despacio por las calles. En la mano derecha, su inseparable bastón de senderismo; del brazo izquierdo, lo acompañaba su auxiliar. Avanzaba con paso titubeante, gesto tranquilo y la sonrisa de quien no se ha dejado abatir por las tormentas.
Pero detrás de esa serenidad se ocultaba una historia de heridas, pérdidas y una fuerza silenciosa que lo mantenía en pie cuando muchos habrían caído.

Desde muy pequeño, la vida lo desafió. La enfermedad lo visitó temprano, robándole la salud durante tiempos que para otros fueron de plenitud. Logró convivir con el dolor. Aprendió a no dejar que el miedo le saqueara la alegría de los días buenos.

Pasaron cuatro décadas, y los viejos males que lo habían aquejado regresaron a sus vísceras. Luego vinieron otras pruebas. Murió el padre. No mucho después, la madre. Cada golpe hacía que el mundo se desmoronara un poco más. Pero él no se quebraba, resistía, perseveraba, seguía firme.

Sentía zozobra, sí; pero la había conocido tantas veces que ya no le impresionaba. Sabía que la incertidumbre crece cuando uno la evita, así que la contemplaba de frente, la saludaba casi con cortesía y continuaba su marcha.
Y el pánico a fallar, a no estar a la altura, a ser juzgado, a perder... Pero llega un momento en que hasta la sombra se vuelve lenta de arrastrar.

Su secreto era sencillo, aunque pocos lo comprendían: la voluntad es una herramienta mucho más poderosa que la suerte. Trabajó constantemente, incluso cuando su cuerpo protestaba. No por ambición, sino porque esa manera de pensar le daba sentido, lo anclaba a la vida.
Y en los momentos más duros, cuando todo parecía desvanecerse, encontraba refugio en su mente: un territorio que había conquistado con sigilosa disciplina.

Con el transcurrir de los años, la gente del pueblo comenzó a verlo como una especie de roca humana, alguien al que nada podía derribar. Pero él sabía que no era roca, sino carne y hueso, con cicatrices y recuerdos que pesaban. La diferencia, había conseguido cargar con ellos sin que le doblaran la espalda.

Una tarde, un joven le preguntó cómo hacía para no tener temores.
El hombre dejó que un sosiego luminoso se dibujara en su rostro antes de responder con su característica voz:
—No es que no tenga miedo. Lo conozco demasiado bien como para temerle. Yo sé que pasa. Todo pasa. Y mientras eso sucede, uno decide si se hunde o sigue guerreando. Tengo por costumbre, amigo, ojear el futuro sin mirar al pasado.

Y continuó. El bastón marcaba el paso, rítmico y constante, como un recordatorio de que, incluso, la calma libra su propia batalla. Él, guerrero de silencios, proseguía consciente su inagotable camino.

Carlos Javier Pascual Rodríguez.

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