28 de febrero de 2023
La bandera andaluza sobre Corta Atalaya
1
¿Existe Andalucía? ¿Es alta, morena, delgada y pizpireta? ¿Es, acaso, bajita, rubia, gruesa y aburrida? ¿Dónde vive? ¿En un adosado, en un bloque de pisos, en una cabaña? ¿Alguien la ha visto, ha hablado con ella? ¿En qué trabaja? ¿En qué emplea su tiempo libre? ¿Cuáles son sus gustos? ¿Qué piensa? ¿Cuáles son sus sueños y sus proyectos? ¿Es optimista? ¿Sufre?
Así podríamos seguir preguntándonos cuestiones muy comunes relacionadas con cualquier persona. El problema es que es imposible que Andalucía nos conteste. Por la sencilla razón de que Andalucía no existe. Es una construcción imaginada que se ha ido elaborando de forma permanente con elementos geográficos, lingüísticos, etnográficos, históricos, económicos, culturales… Algunos de estos materiales mantienen cierta permanencia y durabilidad mientras que otros evolucionan con ritmo dispar y asimétrico.
¿Entonces?
La respuesta es aparentemente sencilla. Lo que sí existe son los andaluces. Y las andaluzas. Personas diversas que tienen algunos elementos comunes y que viven en un determinado territorio, o no, artificialmente diseñado.
En tal caso, ¿no podemos hablar de Andalucía?
Se puede responder claramente que sí, pero sin olvidar que lo importante son las personas con derechos y deberes básicos compartidos con otros ciudadanos.
Entendido de este modo, el Día de Andalucía sería la efeméride que festeja a toda la ciudadanía que vive o se siente andaluza. Independientemente de su lugar de nacimiento, de su color de piel, de su religión, de su ideología… En consecuencia, con esta conceptualización no se ensalza a un ser inexistente, sino a las personas en su conjunto que viven o se sienten vivir en un territorio (con una geografía y un clima muy particular) compartiendo su cultura y, probablemente, un modo de entender la existencia.
De ahí, que la mejor manera de recordar y subrayar este día es festejar a ciudadanos o ciudadanas de pro que han andorreado o brujulean todavía por este territorio propiciando su mejora.
2
Un buen día apareció. Tenía una sonrisa permanentemente dibujada en una cara amplia como el plano de una urbanización. Su andar basculante recordaba que después de un pie viene otro. Callado, solo miraba como si estuviera al aguardo, a la espera de un interrogante.
Seguramente serán muchos los vecinos de Riotinto -sobre todo los más jóvenes- que ignoran que en el complejo donde está actualmente el I.E.S. “Cuenca Minera” se asentaba la SAFA (Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia). Junto a las enseñanzas de Formación Profesional existía un centro de Educación Primaria, luego de E.G.B. (Educación General Básica) denominado “Francisco Franco”. Posteriormente, entre los finales de los setenta y principios de los del ochenta del pasado siglo y en otro edificio colindante, se le reconocería como “Al- Ándalus”, nombre elegido por los alumnos tras una interesantísima votación.
Por aquellos entonces en aquel centro había un conjunto de maestros que de modo colectivo estaban implicados en incorporar en la dinámica escolar elementos innovadores que contribuyeran de modo efectivo a la mejora integral de los escolares.
Como la educación es cosa de todos, no solo exclusivamente de los profesionales, la relación y comunicación con las familias era frecuente hasta el punto, por ejemplo, que hubo un tiempo donde los padres asistían como invitados a determinadas evaluaciones de sus hijos.
Había un grupo de padres y de madres que destacaba sobre el común por cuanto sus prestaciones, dedicación y presencia fue capaz de crear una dinámica de alto valor colaborativo de tal manera que para ciertas actividades (sobre todo extraescolares) eran imprescindibles dada su eficaz implicación.
Dentro de este grupo y de modo muy especial sobresalía Julián Pascual, “El Boleón”. Tal era su vinculación que llegó a ser denominado familiarmente entre el profesorado como el maestro número trece.
Y el caso es que se lo tomó en serio. Ejercía como tal y su sonrisa permanente, su gracia natural y constante, su generosa disposición y el ser tan buena persona -el distintivo más digno y más difícil de conseguir- abrió un hueco y se fabricó un virtual asiento en el reducido claustro de los doce.
3
No somos nada sin el recuerdo. En realidad somos nuestra memoria. Por eso es conveniente tener en cuenta que aunque vivimos en un mundo donde impera la ligereza, la celeridad, y en una especie de modernidad líquida, que diría el sociólogo Bauman, sin embargo han existido y existen personas que dejan una huella perdurable por lo que han sido y por lo que han hecho durante su trayectoria vital. El futuro ya no depende de Julián, pero sí de nosotros descendientes y seguidores de supervivientes de lo líquido e insustancial. Ciertamente el silencio es necesario. Sin silencio no se construye nada. Julián hablaba sin palabras y con la cooperación activa que constituyen uno de los mejores idiomas conocidos para contribuir eficazmente en la mejora de los demás. Con su permanente interrogante en el universo de su cabeza se percibía una pasión incombustible por la incertidumbre que intentaba despejar a través del conocimiento y de las relaciones humanas. Julián era consciente que el camino que conduce a la salida principal no se encuentra por casualidad. Por eso se esforzaba en averiguar dónde encontrar el mapa que le llevara a la llave que abriera la puerta que le mostrara el paisaje y las herramientas necesarias para ascender a las cimas con su Carlos Javier.
Sí, en el Día de Andalucía son personas como Julián las que justifican que el 28 de febrero sea un día de fiesta.
Francisco A. Gomera López.
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